ANA ALFAGEME - Madrid
Fuente: EL PAÍS 15-05-2005
Lleva 25 de sus 48 años analizando la convivencia en la escuela. María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense, es la directora de un reciente estudio sobre violencia escolar (presentado en octubre de 2004 y elaborado junto al Instituto de la Juventud) realizado en Madrid a 825 escolares.
Pregunta. ¿Qué causa el acoso escolar?
Respuesta. No hay un único motivo. Si hubiera que destacar uno, sería la incoherencia de la sociedad frente a la violencia. Por un lado se condenan las expresiones de violencia graves y por otro, se justifican, dependiendo de quién sea el agresor y quién la víctima. Para enseñar a rechazar la violencia es preciso enseñar a rechazarlas todas. No se puede enseñar a los niños a eludirla cuando se usa el castigo físico, que debe ser erradicado. Una madre me contó que le había comprado unos cromos a su hijo de nueve años. Estaban repetidos. El niño se alteró y ella le dio una torta. El crío contestó: "En la tele dicen que las madres no pueden pegar a los niños". Los niños ahora son más espabilados, exigen más de los adultos, captan más nuestras incoherencias.
P. ¿Existe más acoso ahora?
R. Ha existido siempre, tanto en escuelas públicas como privadas, y en todos los países. Se investiga desde los años setenta. Que ahora se llame acoso indica que existe un rechazo social superior. En número de agresiones no es mayor pero los niños están expuestos a mayor información sobre tipos de violencia más grave, en la televisión o en videojuegos.
P. ¿Hay algo nuevo?
R. Sí, en los últimos años existe un acoso de profesores a alumnos y de alumnos a profesores. Los estudiantes son conscientes y lo justifican. Podrían sentirse como David frente a Goliat.
P. ¿Se considera hoy el acoso como algo más grave?
R. La sociedad mira menos hacia otro lado. En los últimos meses se ha producido una toma de conciencia colectiva, similar a la que ocurrió a finales de los noventa con la violencia machista.
P. ¿Hay similitudes entre ambas conductas violentas?
R. Sí. La violencia escolar y la machista son similares. Las dos se fundamentan en un modo de relación basado en el dominio y en la sumisión. En nuestro estudio, los agresores justifican más la violencia racista y machista.
P. ¿Cuál es la primera señal de que el niño es víctima de acoso?
R. Que tenga miedo a ir al colegio, aunque eso no siempre puede reflejar sólo el acoso, puede que sufra problemas académicos. Otro signo es que eluda salir al recreo o que nunca hable en casa de sus amigos.
P. ¿Existen niños con más riesgo de padecer acoso?
R. En todos los fenómenos de violencia se tiende a culpar a la víctima y eso hay que corregirlo. Cualquier niño puede ser objeto de acoso por el mero hecho de ser elegido por otros que tengan más fuerza y más si el sistema no garantiza su protección. Dicho esto, los alumnos en mayor riesgo serían aquellos que se encuentran aislados del grupo. Algo que, de nuevo, debemos considerarlo como una característica del sistema. Las potenciales víctimas poseen menos autoestima o son de minorías étnicas desfavorecidas, tienen necesidades educativas especiales o son chicos que no coinciden con el estereotipo machista.
P. ¿Qué se puede hacer en la escuela para prevenirlo?
R. Trabajar activamente. Hay programas que enseñan a detectar y combatir el racismo y el sexismo con cuentos o vídeos. Y se pueden organizar en las clases grupos heterogéneos donde se integren los niños con más riesgo. Mi equipo lo llama aprendizaje cooperativo. Puede ser aplicado en todas las materias. Y funciona.
Estos programas disminuyen la violencia en el ocio.
P. Todos los profesores tendrían que implicarse, ¿no?
R. Sí, la escuela ya no se puede basar en la obediencia incondicional. Los profesores tienen que recuperar su autoridad de una forma nueva. Deberían ser aliados de los alumnos para que saquen buenas notas, para ayudarles a solucionar conflictos y transmitir confianza.
P. Pero los niños no acuden a los profesores si sufren acoso.
R. Es cierto. En nuestro estudio hallamos que un 34% de alumnos expresó que no pediría ayuda a sus profesores en caso de sufrirlo. En uno de los vídeos de nuestro programa los alumnos elaboran un decálogo contra la violencia escolar, y decían que pedirían ayuda primero a los amigos, luego a su madre y después a su padre. Afirmaban: "Los profesores no están aquí para resolver tus problemas, sino para enseñarte". Una de las alumnas matizó: "A un profesor que sea amigo, sí". Al final concluyeron que se lo dirían a "profesores que den confianza".
P. ¿Qué hay que hacer cuando se detecta un caso de acoso?
R. La impunidad de la violencia la incrementa. Tiene que suceder algo. La escuela debe de dejar claro que rechaza la violencia. Hay que hacer entender al agresor que lo que ha hecho está mal, procurar que se arrepienta y reparar el daño. Esto último debe ser consensuado con la víctima.
P. ¿Y si hay agresiones físicas?
R. Acudir a las autoridades, porque hay que garantizar la integridad del alumno. Estamos viendo, por ejemplo, que la policía de barrio se está ofreciendo para mediar en los conflictos.
Fuente: EL PAÍS 15-05-2005
Lleva 25 de sus 48 años analizando la convivencia en la escuela. María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense, es la directora de un reciente estudio sobre violencia escolar (presentado en octubre de 2004 y elaborado junto al Instituto de la Juventud) realizado en Madrid a 825 escolares.
Pregunta. ¿Qué causa el acoso escolar?
Respuesta. No hay un único motivo. Si hubiera que destacar uno, sería la incoherencia de la sociedad frente a la violencia. Por un lado se condenan las expresiones de violencia graves y por otro, se justifican, dependiendo de quién sea el agresor y quién la víctima. Para enseñar a rechazar la violencia es preciso enseñar a rechazarlas todas. No se puede enseñar a los niños a eludirla cuando se usa el castigo físico, que debe ser erradicado. Una madre me contó que le había comprado unos cromos a su hijo de nueve años. Estaban repetidos. El niño se alteró y ella le dio una torta. El crío contestó: "En la tele dicen que las madres no pueden pegar a los niños". Los niños ahora son más espabilados, exigen más de los adultos, captan más nuestras incoherencias.
P. ¿Existe más acoso ahora?
R. Ha existido siempre, tanto en escuelas públicas como privadas, y en todos los países. Se investiga desde los años setenta. Que ahora se llame acoso indica que existe un rechazo social superior. En número de agresiones no es mayor pero los niños están expuestos a mayor información sobre tipos de violencia más grave, en la televisión o en videojuegos.
P. ¿Hay algo nuevo?
R. Sí, en los últimos años existe un acoso de profesores a alumnos y de alumnos a profesores. Los estudiantes son conscientes y lo justifican. Podrían sentirse como David frente a Goliat.
P. ¿Se considera hoy el acoso como algo más grave?
R. La sociedad mira menos hacia otro lado. En los últimos meses se ha producido una toma de conciencia colectiva, similar a la que ocurrió a finales de los noventa con la violencia machista.
P. ¿Hay similitudes entre ambas conductas violentas?
R. Sí. La violencia escolar y la machista son similares. Las dos se fundamentan en un modo de relación basado en el dominio y en la sumisión. En nuestro estudio, los agresores justifican más la violencia racista y machista.
P. ¿Cuál es la primera señal de que el niño es víctima de acoso?
R. Que tenga miedo a ir al colegio, aunque eso no siempre puede reflejar sólo el acoso, puede que sufra problemas académicos. Otro signo es que eluda salir al recreo o que nunca hable en casa de sus amigos.
P. ¿Existen niños con más riesgo de padecer acoso?
R. En todos los fenómenos de violencia se tiende a culpar a la víctima y eso hay que corregirlo. Cualquier niño puede ser objeto de acoso por el mero hecho de ser elegido por otros que tengan más fuerza y más si el sistema no garantiza su protección. Dicho esto, los alumnos en mayor riesgo serían aquellos que se encuentran aislados del grupo. Algo que, de nuevo, debemos considerarlo como una característica del sistema. Las potenciales víctimas poseen menos autoestima o son de minorías étnicas desfavorecidas, tienen necesidades educativas especiales o son chicos que no coinciden con el estereotipo machista.
P. ¿Qué se puede hacer en la escuela para prevenirlo?
R. Trabajar activamente. Hay programas que enseñan a detectar y combatir el racismo y el sexismo con cuentos o vídeos. Y se pueden organizar en las clases grupos heterogéneos donde se integren los niños con más riesgo. Mi equipo lo llama aprendizaje cooperativo. Puede ser aplicado en todas las materias. Y funciona.
Estos programas disminuyen la violencia en el ocio.
P. Todos los profesores tendrían que implicarse, ¿no?
R. Sí, la escuela ya no se puede basar en la obediencia incondicional. Los profesores tienen que recuperar su autoridad de una forma nueva. Deberían ser aliados de los alumnos para que saquen buenas notas, para ayudarles a solucionar conflictos y transmitir confianza.
P. Pero los niños no acuden a los profesores si sufren acoso.
R. Es cierto. En nuestro estudio hallamos que un 34% de alumnos expresó que no pediría ayuda a sus profesores en caso de sufrirlo. En uno de los vídeos de nuestro programa los alumnos elaboran un decálogo contra la violencia escolar, y decían que pedirían ayuda primero a los amigos, luego a su madre y después a su padre. Afirmaban: "Los profesores no están aquí para resolver tus problemas, sino para enseñarte". Una de las alumnas matizó: "A un profesor que sea amigo, sí". Al final concluyeron que se lo dirían a "profesores que den confianza".
P. ¿Qué hay que hacer cuando se detecta un caso de acoso?
R. La impunidad de la violencia la incrementa. Tiene que suceder algo. La escuela debe de dejar claro que rechaza la violencia. Hay que hacer entender al agresor que lo que ha hecho está mal, procurar que se arrepienta y reparar el daño. Esto último debe ser consensuado con la víctima.
P. ¿Y si hay agresiones físicas?
R. Acudir a las autoridades, porque hay que garantizar la integridad del alumno. Estamos viendo, por ejemplo, que la policía de barrio se está ofreciendo para mediar en los conflictos.